Medellín volvió a prender diciembre como solo ella sabe hacerlo: con esa mezcla de ruido, expectativa y pertenencia que cada primero de diciembre se derrama sobre los barrios y sube por las laderas. La Alborada, esa costumbre que lleva años marcando el inicio de la temporada decembrina, regresó a ofrecer su sinfonía de luces, estallidos y voces que se entrecruzan mientras la ciudad despierta antes de que amanezca. Nadie sabe con exactitud cuándo se volvió tradición, pero todos entienden su lógica íntima: un ritual donde la pólvora anuncia que el año empieza a despedirse y que la fiesta entra en modo permanente, casi como una orden tácita que Medellín se da a sí misma.
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A esa hora incierta entre la noche

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