Cuando, en marzo de 2024, la filial afgana del Estado Islámico (IS–KP), dejó una estela de 140 muertos y otros tantos heridos en la sala de conciertos Crocus City Hall de Krasnogorsk, a unos escasos 20 kilómetros de Moscú, pocos imaginaron que esa matanza tenía algo que ver con la convulsa franja del Sahel africano. Es cierto que había una componente afgana en la motivación terrorista y que el Daesh tenía cuentas con Rusia desde la guerra de Siria. Pero no es menor el odio que sienten contra Putin desde la consolidación de los golpes de estado prorrusos de 2020 en Níger, Mali y Burkina Faso y las consiguientes actividades militares de los Wagner en la región.
Si el Sahel formó parte de las motivaciones de aquel atentado terrorista, no fue solo por la retórica yihadista, sino s

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