Todos cargamos al menos un nombre en la memoria: alguien con quien dejamos de hablar sin una razón clara. Tal vez hubo un comentario desafortunado, una actitud que interpretamos como ofensa o un rumor que nos llegó sin contexto. Y en lugar de aclarar, preguntar o conversar, dejamos que el silencio ocupara el espacio.

Lo curioso es que la mayoría de los conflictos no nacen de la mala intención, sino de la mala comunicación. Nos dejamos llevar por el impulso, por la emoción, por el orgullo. Preferimos suponer antes que preguntar, alejarnos antes que expresar lo que sentimos. Y entonces aparece esta idea equivocada de que “el tiempo acomoda todo”. Pero no siempre es así. A veces el silencio no cura: endurece.

Hemos confundido hablar con pelear. Expresarnos con reclamar. Escuchar con ceder.

See Full Page