La cifra es seca, como un disparo en medio de la sala. El 2.5 % de los jóvenes en el mundo —uno de cada cuarenta— ha estado involucrado en actividades donde recibió compensación, regalos o favores a cambio de mostrar fotografías o videos íntimos. Es la estadística más reciente de la explotación sexual digital contra menores, pero la realidad es aún más demoledora: el problema no es solo la incidencia, sino la ceguera colectiva que la permite.

Si la sociedad solía condenar cualquier forma de explotación, hoy la juventud ha comprado la narrativa de la supuesta “autonomía”: más del 71 % de los jóvenes encuestados no identifican la venta de contenido sexual como una forma de explotación. Han caído en el espejismo digital, donde la intimidad se cotiza como un commodity, y la verdadera trampa e

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