Cuando pensamos en  islas africanas , solemos imaginar puntos perdidos en el mapa, territorios pequeños rodeados por miles de kilómetros de agua. Pero basta con mirar hacia el Índico y el Atlántico para descubrir cinco países insulares que tienen poco que ver entre sí y que ofrecen experiencias que van de los lémures a los volcanes, de playas imposibles a selvas que parecen detenidas en el tiempo. Aquí va una guía esencial para saber qué hacer en  Madagascar ,  Mauricio ,  Seychelles ,  Santo Tomé y Príncipe  y  Cabo Verde , cinco mundos completos que flotan en medio del océano.

1. Madagascar: naturaleza extrema en una isla gigante

Hablar de  Madagascar  es hablar de biodiversidad. El 90% de sus especies son endémicas, lo que convierte al país en un planeta propio. La isla se presta a una ruta en la que se mezclan selvas húmedas, bosques de baobabs, mesetas rojizas y playas tranquilas.

En el este, los parques de Andasibe-Mantadia ofrecen caminatas entre lémures indri, el más grande de todos. En el oeste, la famosa Avenida de los Baobabs —posiblemente el lugar más fotografiado del país— es una visita imprescindible, sobre todo al atardecer. Y en el sur, los paisajes secos de Isalo se prestan a rutas entre cañones, pozas naturales y formaciones rocosas que parecen diseñadas por un escultor paciente.

Viajar por  Madagascar  implica asumir carreteras lentas, pero también aceptar que aquí el tiempo funciona de otro modo. Y quizá eso forma parte del encanto.

2. Mauricio: playas tranquilas y cultura criolla

Aunque muchos la imaginen solo como un destino de playa,  Mauricio  es una mezcla sorprendente de influencias indias, africanas, francesas y chinas. Algo que se nota tanto en la gastronomía como en el ambiente de sus mercados.

El litoral norte es perfecto para quienes buscan aguas calmadas y largas jornadas de descanso, pero la parte más interesante del viaje está en el interior: el Parque Nacional Black River Gorges, con miradores espectaculares, rutas entre bosques tropicales y cascadas ocultas.

Para quienes disfrutan de los contrastes, Port Louis ofrece una cara distinta: mercados bulliciosos, templos, mezquitas y un aire mestizo que no se encuentra en otras  islas africanas .

Y sí, las playas son tan bonitas como cuentan, pero  Mauricio  tiene mucha más profundidad de la que enseñan los folletos.

3. Seychelles: archipiélago perfecto para desconectar

Si existe un lugar que parece diseñado para levantar la ceja del viajero más escéptico, ese es  Seychelles . El archipiélago combina playas ideales —arena blanca, rocas de granito, aguas claras— con parques naturales donde la naturaleza manda sin negociar.

En Mahé, el Parque Nacional Morne Seychellois permite caminar entre vegetación densa y miradores que caen en picado sobre el océano. En Praslin, el Vallée de Mai conserva palmeras prehistóricas y el famoso coco de mer. Y La Digue es la postal que todo el mundo tiene en mente cuando oye hablar de  Seychelles .

Aquí no hace falta correr: se alquila una bicicleta, se pedalea sin prisa y uno entiende que el ritmo de estas  islas africanas es otro.

4. Santo Tomé y Príncipe: selva, cacao y vida lenta

Entre las islas más desconocidas de África,  Santo Tomé y Príncipe  es probablemente la más sorprendente. Su belleza no está en playas masificadas, sino en la sensación de estar en un lugar detenido en el tiempo. Selvas densas, carreteras tranquilas, plantaciones de cacao y playas salvajes que aparecen tras curvas imposibles.

En Santo Tomé, la subida al Pico Cão Grande —un monolito volcánico que parece un colmillo apuntando al cielo— es una de las imágenes más icónicas del país. En Príncipe, las bahías escondidas y las rutas por la selva permiten descubrir una biodiversidad casi intacta.

Los viajeros que eligen  Santo Tomé y Príncipe  buscan desconexión real y contacto directo con la naturaleza. Y lo encuentran.

5. Cabo Verde: volcanes, música y paisajes atlánticos

A diferencia de los archipiélagos del Índico,  Cabo Verde  tiene un carácter seco, volcánico y profundamente atlántico. Su gran atractivo es la diversidad entre islas: cada una tiene personalidad propia.

Santo Antão es el paraíso de los senderistas, con valles verdes que se desploman hacia el mar. Fogo, en cambio, es puro fuego: un volcán activo cuyo cráter puede ascenderse acompañado de guías locales. En Sal y Boa Vista manda la playa y el viento, con dunas y mares que son un sueño para los amantes del surf y el kitesurf.

Además, la música caboverdiana —del funaná a la morna— acompaña cualquier viaje por  Cabo Verde , convirtiendo el archipiélago en un lugar vibrante y emocional.