Fernando Valenzuela estaba a punto de conseguir su cuarta blanqueada en apenas la quinta apertura en las Grandes Ligas. Aquel lunes 27 de abril de 1981, ante más de 50 mil aficionados frente a los Gigantes de San Francisco, el novato mexicano también había conectado tres hits, uno de ellos para empujar carrera y romper el empate sin anotaciones. En la novena entrada, el Dodger Stadium rugía ante la demostración del zurdo. Una joven, de jeans y playera, con el nombre de Valenzuela y el 34 en la espalda, se colaba al terreno de juego y, al llegar al centro del diamante, sorprendía al beisbolista de los Dodgers con un beso en la boca.

La Fernandomanía se había desatado. Todo lo que envolvía al mexicano era mágico, ningún beisbolista tuvo tal impacto desde Babe Ruth. “Su habilidad es asombros

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