La salud de los suelos en Colombia se encuentra en un estado crítico, lo que ha llevado a un cambio en la conversación sobre el futuro del campo. Aunque los debates suelen centrarse en precios y clima, la degradación del suelo se ha convertido en una preocupación urgente. Informes recientes del Ideam, el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac) y el Ministerio de Ambiente revelan un deterioro acelerado que supera la capacidad de respuesta de las prácticas agrícolas tradicionales.
Regiones como la Orinoquia, los Santanderes, el Eje Cafetero, el Tolima y el Cauca son identificadas como zonas donde la erosión hídrica y la degradación del suelo han aumentado significativamente. Según el Igac, cerca del 40% del territorio colombiano presenta algún nivel de erosión, lo que plantea un desafío considerable. Este deterioro no solo afecta la productividad inmediata, sino que también compromete la resiliencia de los cultivos ante eventos climáticos extremos, como sequías y lluvias intensas, lo que pone en riesgo la seguridad alimentaria del país.
Los suelos compactados pierden su capacidad de retener agua y nutrientes, lo que obliga a los agricultores a depender más de insumos externos, generando un alto costo económico y ambiental. En este contexto, el Día Mundial del Suelo, que se conmemora cada diciembre, se convierte en un recordatorio de la urgencia de abordar esta problemática.
Es fundamental reforzar las estrategias para frenar y revertir la degradación del suelo. Esto requiere la colaboración entre instituciones públicas, productores y actores privados que ya están implementando soluciones con un enfoque regenerativo. La agricultura regenerativa ha ganado atención en los últimos años, combinando prácticas tradicionales con innovación científica. Compañías como Basf están promoviendo programas que integran un manejo responsable de insumos, capacitación para agricultores y tecnologías que minimizan el impacto sobre el suelo.
Estos sistemas productivos, que ejercen menor presión ambiental, mejoran la estructura del terreno y aumentan su capacidad de retención de agua, lo que se traduce en una mayor productividad. Las experiencias en diversas regiones muestran que la transición hacia modelos regenerativos no solo es una necesidad ecológica, sino también una estrategia para que los agricultores enfrenten la variabilidad climática.
La restauración de suelos degradados puede ser un proceso largo, pero técnicas como la cobertura vegetal permanente, la reducción del arado intensivo y la rotación planificada de cultivos están comenzando a mostrar resultados positivos en áreas donde la erosión parecía irreversible. Además, los programas de adaptación climática impulsados por entidades gubernamentales buscan fortalecer las capacidades locales, asegurando que el conocimiento técnico llegue a las comunidades rurales que son las más afectadas por esta crisis.
La situación exige atención inmediata y acciones coordinadas para asegurar un futuro sostenible para la agricultura en Colombia.

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