El bistró de hoy, cuando está bien templado, es una casa de comidas con estudios. Nace del pulso francés y se cría en la memoria del barrio. Un cuarto y mitad de cocina reconocible, otra ración de oficio y una copa de vino que se deja beber sin pedir palco. La dicha se conquista con dos platos y postre, sin liturgia ni alharaca, con un jefe de fogones que manda con la autoridad de quien conoce el recetario de siempre y lo canta con buen son. En Madrid hay un restaurancito que encarna esa consigna. Caja de Cerillas. Un chisconcito en la zona de Arapiles que hace honor al apodo, menudito y bien armado, con unas poquitas mesas que acercan los hombros y favorecen la charla . La sala abriga. La insonorización amansa la bulla y deja la murmuración feliz. El servicio te mira a los ojos y te tut

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