Dicen que el universo es infinito, pero quienes andan por el mundo con un bolso o, como yo, con una mochila saben que eso es mentira: el verdadero infinito está ahí dentro. No importa el tamaño ni el contenido. Da igual si creíste llevar sólo las llaves y el móvil. En el instante que los necesitas, ese espacio, en apariencia limitado, se transforma en un portal interdimensional donde los objetos se mofan de las leyes de la física y, a su antojo, van y vuelven de mundos paralelos. Metes la mano con decisión y sacas las cosas más estrambóticas: monedas de países a los que nunca viajaste, una vetusta lista ilegible, un ticket de compra de hace decenios, un almax por supuesto caducado y ese chocante polvo siempre presente dentro de mochilas y bolsos. Buscas las llaves, por ejemplo, pero ellas

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