Guillermo señala la diapositiva que llena el escenario. “Esta es Lilian, mi vieja. Debe haber juntado a toda esa gente que tiene alrededor para no salir sola en la foto”. En la pantalla, Lilian aparece sonriente en la escollera de un bote, rodeada de sombreros de ala ancha y gafas de sol. Una mujer expansiva, social, de esas que uno imagina siempre en ronda. Guillermo pudo terminar el secundario, estudiar arquitectura, construir una vida que su madre soñó antes que él. Y sin embargo —contó con la voz quebrada— recién de adulto entendió cuánto esfuerzo había detrás: cuando él de chico quedaba a cargo de una tía, no era porque ella se iba a pasear. Era porque se iba a limpiar los baños de la estación para seguir cuidándolo.

“Mi madre y sus amigas tenían un grupo de WhatsApp que se llamaba

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