Durante décadas, el refrán “la letra con sangre entra” fue repetido como una especie de sentencia inapelable. La idea de que el dolor, el castigo y la dureza eran las vías más eficaces para enseñar se instaló en las escuelas, en los hogares y también en el deporte. El problema es que esa visión, aunque aparentemente disciplinante, deja huellas negativas en la mente y en el corazón de los niños. Puede que logre obediencia inmediata, pero no garantiza aprendizaje profundo ni amor por lo que se hace. En el deporte infantil, la evidencia psicológica y la experiencia práctica coinciden en señalar que lo que realmente motiva, transforma y enseña no es el castigo, sino el acompañamiento afectuoso.

El niño que se siente apoyado, escuchado y valorado, desarrolla confianza en sí mismo, disfruta del

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