Caminas con tu hijo de la mano por las calles vestidas para un diciembre parpadeante e hipnótico. De repente, el pequeño tira de tu brazo y señala con el dedo de su asombro. Tú atiendes al tráfico, la ruta, la hora. El niño, en cambio, admira lo minúsculo: un nido, un charco cristalizado, un árbol desnudo por la poda, las palabras humeantes brotando de nuestras bocas como esos globos blancos que ha visto en los tebeos. Todo lo que atrapa su atención pasa desapercibido a tu mirada, como si no importase, como la hojarasca de las tardes.

Pieter Brueghel el Viejo es el pintor de lo inadvertido. Sus cuadros están poblados por cazadores, niños, soldados, campesinos y mujeres atareadas en su día a día. En un rincón de la escena, sin aspavientos, perdidos entre el gentío, asoman los protagonistas

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