I. La ruina de un muelle

De un extremo parece que la ruina contempla

las olas y los vientos cruzados del oriente,

rebruñendo la vista del horizonte azul

con la espuma del mar que las rompientes le echan

en la rampa que cuelga de aquél confín del muelle.

Pero en el otro extremo, suspendida, vigila,

como sobre un pequeño precipicio, la muerte.

El flujo y el reflujo de la orilla, la arena

cubierta y descubierta; la línea que la sal

dibuja en recorridos sinuosos, que se borran

en pos de otros que llegan, como cuantos llegaron;

el médano, que sube, incrustado de rocas,

suculentas, papeles, margaritas, palabras,

hormigas, caracoles, un mate, una abeja,

las pinzas de un cangrejo desmembrado, la uña

que ha crecido en la punta de mi dedo pulgar,

e incluso el cosquilleo de la pierna

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