Crónica del país que desalojó al cuerpo

y fingió no escuchar el portazo

Hubo un tiempo, no tan remoto, pero ya irrecuperable, en que las calles eran repúblicas autónomas gobernadas por la infancia.

Bastaba que un balón golpeara una barda para que el vecindario entero se reorganizara sin necesidad de permisos ni adultos obsesionados con el orden. La luz del día era el reglamento; la imaginación, la Constitución.

Jugábamos coladeritas , donde la coladera oxidada de la banqueta era portería homologada por la FIFA imaginaria del barrio; jugábamos bote pateado , bolillo , canicas , y cuanto ritual motriz inventara la cuadra entre el polvo y la libertad. No buscábamos medallas: buscábamos territorio.

La ciudad era nuestra primera maestra. Enseñaba ángulos, fugas, desacuerdos, trayec

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