España quería ser europea. La creciente clase media empezaba a viajar y a sentir envidia de nuestros vecinos que vivían sin mordazas dictatoriales ni las rancias normas del nacionalcatolicismo que paseaba a Franco bajo palio. El régimen presumía del incremento de turistas que, además de proporcionar divisas a la depauperada economía del país, proyectaba una aparente internacionalidad con la que opacar nuestra condición de parias carentes de derechos y libertades. Eurovisión con su concurso de canciones era el escaparate perfecto para aparentar la deseada integración. El certamen había arrancado en Lugano en 1956 con la tímida participación de siete países y España se incorporaría 5 años después presentando a una de nuestras estrellas del momento, la cantante Conchita Bautista. Su canción,

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