Seguramente los ha visto en la calle, en los semáforos o en las esquinas concurridas. Son indígenas desplazados del sureste mexicano que llegaron a la Ciudad de México para sobrevivir. Sin embargo, detrás de la mano extendida pidiendo ayuda, se esconde una realidad brutal: viven hacinados, trabajan todo el día y entregan lo que ganan en un esquema de explotación silencioso.

La historia parece repetirse una y otra vez: vienen de Chiapas, traen el mismo cartelón pidiendo ayuda (a veces alegando que la abuelita está enferma) y, curiosamente, todos pagan lo mismo por un techo precario.

Hacinados: 15 personas en un cuarto

Testimonios recabados mediante cámara escondida revelan las condiciones infrahumanas en las que habitan.

—"¿Y aquí cuánto pagan?" —"Dos mil también". —"¿Y cuántos caben?"

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