En Colombia, la diplomacia a veces parece escrita por Gabriel García Márquez en uno de sus días más surrealistas. El último capítulo lo protagoniza Jorge Iván Ospina, nombrado por el presidente Gustavo Petro como embajador en Palestina justo después de romper relaciones con Israel, en pleno conflicto en Gaza. El resultado: una misión imposible, digna de comedia negra.
Colombia anunció con entusiasmo la apertura de una embajada en Palestina. La realidad es que no existe sede física, ni oficina, ni siquiera una placa en alguna puerta. La representación diplomática sigue dependiendo de la embajada en Egipto y de la oficina consular en Tel Aviv. Así que Ospina fue embajador de una embajada fantasma, más virtual que el plan de la paz total de Petro.
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