De política y cosas peores

¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo! El perico de la señorita Himenia solía trepar a la barda del corral y desde ahí animar al gallo en sus asaltos a las gallinitas. Le gritaba con su rasposa voz: “¡Duro, campeón! ¡Duro!”. Ayer una súbita ráfaga de viento hizo caer al loro en medio de las gallinas. De inmediato el libidinoso gallo fue hacia él con evidente intención lúbrica. Y le dijo el cotorro con voz mansa: “Suave, gallito. Suave”. Lo admito: Roma es un poco más antigua, París un poco más conocido, Nueva York un poco más grande. Pero Saltillo es otra cosa. A don Artemio de Valle Arizpe, atildado escritor, cronista que fue de la muy Noble y Leal Ciudad de México, le preguntaban de dónde era. Invariablemente respon

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