Recorremos los edificios más representativos del brutalismo en Brasil, un país donde este lenguaje encontró el impulso de una modernización acelerada y una arquitectura pública que transformó la sociedad

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El brutalismo es uno de esos estilos arquitectónicos que provoca adhesiones instantáneas o rechazos viscerales. Surgido en la posguerra en un contexto de necesidad ingente de nueva construcción rápida y barata, y con el béton brut (hormigón bruto) como principal material, este movimiento defendía una estética basada en la estructura desnuda, la funcionalidad y las formas geométricas rotundas.

El brutalismo se basa en una arquitectura directa, sin adornos, que confiaba en la claridad constructiva como expresión ética y artística. Aunque durante décadas fue criticada por su supuesta frialdad y crudeza, hoy vive un renovado interés: edificios que antes parecían pesados o ásperos se leen ahora como piezas originales, radicales y profundamente contemporáneas.

Si hubo un lugar donde el brutalismo encontró un terreno fértil para reinventarse fue Brasil. A mediados del siglo XX, el país vivía una expansión urbana acelerada: nuevas universidades, equipamientos culturales y edificios públicos que necesitaban soluciones ágiles, económicas y resistentes. El hormigón armado —fácil de moldear, adaptable a cualquier clima y capaz de generar estructuras de grandes luces— se convirtió en la materia ideal. En este contexto, una generación de arquitectos concretamente de Sao Paulo transformó la influencia brutalista internacional en un lenguaje propio, más cálido, social y profundamente urbano.

João Vilanova Artigas, Lina Bo Bardi, Oscar Niemeyer, Affonso Eduardo Reidy, Lucio Costa o Paulo Mendes fueron algunos de sus grandes protagonistas. Sus obras no solo celebran la potencia del hormigón visto; también entienden el edificio como espacio público, como extensión de la ciudad. El brutalismo brasileño no era únicamente una cuestión estética: era un proyecto político y cultural. Las rampas abiertas, los patios centrales, las cubiertas monumentales y los vacíos interiores concebidos como ágoras, con un diálogo desacomplejado con el clima tropical, expresaban una idea de convivencia y colectividad que contrastaba con los años de dictadura que atravesaba el país.

De ese espíritu nació la llamada Escuela Paulista, un movimiento arquitectónico que, desde São Paulo, redefinió la relación entre edificio, topografía y vida social. Artigas, su figura clave, creía que la arquitectura debía ser un acto democrático: un espacio para habitar, debatir y encontrarse. Junto con otros arquitectos destacados de esa generación, impulsaron la modernización y la consagración internacional de la arquitectura brasileña, un momento conocido como el “período heroico”. El resultado fue un brutalismo singular con un acento profundamente arraigado a la geografía: monumental, poderoso, sugerente, sinuoso, atento a la escala humana y hecho para la vida cotidiana popular.

A continuación, recorremos algunas de las obras brutalistas más emblemáticas e São Paulo, Brasilia y Río de Janeiro, tres ciudades donde el hormigón habla tanto de arquitectura como de política e historia del país:

Museo de Arte de São Paulo (MASP)

El Museo de Arte de São Paulo, proyectado por Lina Bo Bardi en 1958, se ha convertido en una de las piezas más influyentes de la modernidad brasileña y un punto de referencia urbano en la Avenida Paulista. En un solar elevado que antiguamente ocupaba el Belvedere Trianon, la arquitecta de origen italiano planteó un edificio que preservara la relación visual entre la avenida y el Parque Siqueira Campos, liberando el plano del suelo para mantener la continuidad del paisaje.

El gesto más rotundo del proyecto es el bloque principal suspendido sobre el terreno. Ese volumen, elevado varios metros respecto al nivel de la calle, se sostiene mediante un sistema estructural basado en cuatro robustos pilares y dos grandes vigas transversales pintadas de rojo. La solución permite alcanzar una luz excepcionalmente amplia de 74 metros y genera bajo el edificio un espacio exterior protegido, concebido como plaza pública abierta y flexible, destinada a uso ciudadano.

La planta inferior reúne dependencias como el auditorio, el teatro, áreas de apoyo y zonas destinadas a exposiciones temporales, mientras que el cuerpo elevado alberga los espacios museísticos principales: la pinacoteca, las salas de exhibición estable y parte de la administración. Bo Bardi trabajó con materiales y acabados sobrios: hormigón visto, estructuras expuestas, instalaciones sin ocultar que expresan su enfoque austero y socialmente sensible de la arquitectura.

Un elemento distintivo del MASP es su propuesta museográfica. En lugar de colgar las obras en muros tradicionales, la arquitecta ideó soportes de vidrio fijados sobre bases de hormigón que permiten una disposición más libre, favorecen múltiples relaciones visuales y redefinen la circulación del visitante. Con este gesto, el museo no solo innovó en términos de arquitectura, sino también en la manera de comprender el espacio expositivo y la relación entre el público y las obras.

SESC Pompeia

El SESC Pompeia es otro proyecto emblemático de Lina Bo Bardi y un ejemplo excepcional de cómo reinterpretar un complejo industrial en clave cultural y comunitaria. El proyecto parte de una antigua fábrica de tambores de finales de los años treinta, situada en un barrio popular de São Paulo. Cuando Bo Bardi conoció el conjunto a mediados de los años setenta, valoró tanto la calidad espacial de las naves antiguas como la vitalidad informal que ya se había instalado allí: vecinos que utilizaban los espacios abandonados para actividades cotidianas, juegos o encuentros improvisados. Esa dimensión social espontánea se convirtió en el punto de partida del diseño.

La intervención evita imponer una imagen nueva y, en cambio, reconoce la estructura preexistente como soporte de una vida colectiva que debía preservarse. Las naves industriales se mantuvieron prácticamente intactas, con solo las adaptaciones imprescindibles para su reutilización. Sus pasarelas, entresuelos y pasillos se transformaron en talleres, zonas para cursos y espacios dedicados a actividades culturales y recreativas, configurando un ambiente que combina memoria industrial y vida contemporánea.

El conjunto se amplió con dos torres macizas de hormigón visto, conectadas mediante pasarelas elevadas que cruzan el patio exterior como puentes. Estos volúmenes, aunque parezca poco evidente albergan instalaciones deportivas como pistas, gimnasios, piscinas y vestuarios, y se han convertido en la imagen más reconocible del proyecto. La textura marcada del encofrado y las aberturas irregulares perforadas en los muros refuerzan la expresividad escultórica de las piezas, a la vez que dialogan con el carácter robusto de la antigua fábrica. Una chimenea de gran tamaño, reinterpretada como hito arquitectónico, recuerda el origen industrial del lugar y actúa como elemento unificador.

El SESC Pompeia se consolidó con el tiempo como un centro abierto a la comunidad, donde la arquitectura sirve de soporte para la convivencia y la identidad del barrio.

Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro (MAM)

En pleno Parque do Flamengo, frente a la bahía de Guanabara, el MAM es uno de los hitos del modernismo brasileño. Diseñado por el arquitecto de origen francés y radicado en Brasil, Affonso Eduardo Reidy, el edificio se inauguró en 1948 y se reconoce por su estructura de hormigón vista y por la ligereza con la que parece elevarse sobre el paisaje.

El museo se apoya en una serie de pórticos externos que dejan la planta baja prácticamente libre bajo un techo de hormigón que flota con ligereza pese a su contundencia matérica. El parque y el mar se vislumbran bajo el edificio y lo convierten en un gran mirador urbano a pie de calle. Esa apertura se prolonga en las salas de exposición, bañadas por luz natural gracias a ventanales y lucernarios que permiten que el interior respire con el exterior. Reidy defendía que un museo debía ofrecer al visitante momentos de concentración y otros de descanso: aquí, las vistas al mar funcionan como pausas entre obras.