La decisión del Comité del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco de inscribir el joropo venezolano en su Lista Representativa es, más que un reconocimiento cultural, un alivio emocional para un país que ha terminado por acostumbrarse a recibir noticias amargas. Es un respiro colectivo, una pequeña celebración que trasciende la política y la coyuntura.

Desde Nueva Delhi, donde se adoptó la medida durante la vigésima sesión del organismo internacional de la cultura, el joropo obtuvo el estatus universal que muchos venezolanos sienten desde siempre: el de ser una tradición que late en cada rincón del país, desde las faenas del llano hasta los patios de las casas en las ciudades.

La decisión reconoció el valor de esta expresión festiva que, más allá de la música, constituye un complejo

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