El motor sonó primero como un reto. Fue un rugido áspero, metálico, casi desafiante. En la pista de tierra de Palo Negro, aquella joven de trenzas oscuras observó el aparato con una mezcla de respeto y deseo frenético. A un costado de la pista, algunos estudiantes murmuraban: “las mujeres no vuelan”, como si el cielo debiera tener dueño.
Pero cuando la hélice comenzó su giro definitivo, la muchacha —con actitud desafiante— subió a la cabina sin esperar permiso. Ese día, más que un vuelo, estaba poniendo en marcha una insurrección silenciosa.
Aquella escena ocurría en un momento en que Venezuela todavía no había permitido que ninguna mujer realizara un vuelo “en solitario” en su propio territorio.
La aviación era un círculo estrecho y profundamente masculino; las escuelas estaban dirigid

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