Manuel Dorrego , el valeroso oficial acostumbrado a ser ascendido en el campo de batalla, el irreverente y burlón sancionado por el propio José de San Martín, sentía que el mundo se le venía abajo cuando supo que en una hora sería fusilado.

Atinó a pedirle a su compadre Gregorio Aráoz de La Madrid que lo acompañase hasta el patíbulo, y así darle allí ese abrazo único e irrepetible de despedida a la vida . La Madrid, que no esperaba semejante pedido de quien consideraba de un carácter atropellado y anárquico, aunque muy valiente, se negó. Es cierto que era su compadre –Dorrego era padrino de su hija Bárbara— pero, atribulado, le contestó que no tenía corazón para ello. “¿Por qué, compadre? ¿Tiene usted a menos el salir conmigo?”.

Que no era eso, le respondió, pero que no tenía el va

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