BOGOTÁ ( Proceso ).- Hace 37 años, cuando los chilenos decidieron poner fin en un plebiscito a la cruenta dictadura de Augusto Pinochet –responsable de miles de ejecuciones extrajudiciales, desapariciones, torturas y encarcelamientos arbitrarios– pocos pensaron que alguno de los herederos políticos del general golpista pudiera lograr en el futuro gobernar Chile.

El descrédito del dictador y sus crímenes eran una sombra demasiado difícil de disipar en un país que había vivido durante 17 años bajo un férreo control militar, con toques de queda, censura, control de medios, miles de exiliados políticos y represión de cualquier disidencia.

Pero lo que parecía imposible está a punto de ocurrir por cuenta del candidato presidencial de ultraderecha, José Antonio Kast, amplio favorito para impo

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