PURACÉ, Colombia (AP) — Oliverio Quira suele ir a visitar su ganado en un terreno de su propiedad ubicado apenas a un kilómetro del volcán Puracé, en el suroeste de Colombia. Allí se sienta a observar la columna de ceniza de varios cientos de metros que se eleva desde el cráter.

No tiene ningún temor de que una erupción lo afecte, pese a que en las últimas semanas las autoridades declararon la alerta “naranja”, la cual indica que es probable que suceda en cuestón de días o semanas debido al aumento en la actividad sísmica del volcán y a la emisión de columnas de ceniza de hasta 900 metros (2.952 pies) de altura.

“Yo he vivido en el volcán, yo allá me crié... entonces no tengo por qué temerle, allá seguiré yendo, esté en alerta o no tengo que ver mis animales”, relató a The Associated Press Quira, de 65 años, miembro del Resguardo Indígena de Puracé, una extensa propiedad colectiva que pertenece al pueblo indígena Kokonuco, que tradicionalmente ha habitado en los alrededores del volcán.

El volcán Puracé, con una altura de 4.640 metros (15.223 pies) sobre el nivel del mar, forma parte de la Cadena Volcánica de Los Coconucos, conformada por quince cráteres alineados. El Puracé es uno de los volcanes activos de Colombia, con al menos 51 eventos eruptivos desde el año 1400. Su última erupción significativa se registró en 1977, según el Servicio Geológico Colombiano.

Quira vive un poco más lejos del volcán —calcula que a más de 12 kilómetros (7,4 millas)—, pero aún en una zona de riesgo volcánico elevado, según el mapa de riesgo de las autoridades.

“Yo estoy el 100% confiado de que la lava no nos va a alcanzar acá, porque yo veo que está para este lado (la montaña), está todo favorecido para nosotros”, aseguró Quira, quien vive con su pareja y con la madre de él, que tiene 87 años.

Para el pueblo Kokonuco el volcán es sagrado y un espíritu protector de su territorio. En su lengua se le llama “Kilik tun Jukas”, que significa la montaña mayor Jukas.

“El volcán es nuestro patrón, no tenemos por qué tenerle miedo”, aseguró a la AP Alfredo Manquillo, gobernador suplente del Resguardo Indígena Puracé. “Por eso le respetamos y hacemos los rituales a nombre de él”.

Dichos rituales incluyen ofrendarle al cráter maíz, plantas dulces y guarapo, una bebida alcohólica tradicional a base de frutas. En el resguardo relatan que lo hicieron por última vez en julio, antes de que la actividad del volcán se elevara.

Para la comunidad indígena el volcán busca darles un mensaje al emitir ceniza, pidiendo que se cuide a la naturaleza.

“El volcán está diciendo que nosotros lo hemos explotado mucho... son como 60 años que le sacamos plata de abajo, sacándole el azufre, y ahora con el turismo le estamos sacando plata por encima”, dijo en referencia a una mina de azufre que fue clausurada hace unos años y a las caminatas ecológicas que hacen los turistas hacia el volcán. "Él está diciendo: ‘el que manda soy yo; yo soy el que tengo el poder’”.

Para el pueblo Kokonuco los adultos mayores son sabios. Algunos de ellos han presenciado erupciones del volcán, y son los que más tranquilizan a la comunidad, especialmente a los más jóvenes, que por primera vez ven el volcán en actividad.

Reinaldo Pizo, de 75 años, era un niño cuando el volcán hizo erupción, y arrojaba piedras. Recuerda que se resguardaban debajo de árboles frondosos o en sus casas con techo de paja. Narra que, cuando caían fragmentos de rocas, salían "con candela (ardiendo), se escuchaba humo en la tierra”.

Ese tipo de fenómeno volcánico es el que Pizo espera que suceda en la actualidad, o un flujo de lava que no llegue a tocar su casa, ubicada en la zona de riesgo. Dice que sólo evacuaría si el volcán expide “gases que sean venenosos”.

La alerta “naranja”, emitida el 29 de noviembre, mantiene expectante a la comunidad aledaña. Las autoridades han tenido que prepararse para una evacuación preventiva de al menos 800 personas que viven en la periferia del volcán, en casas dispersas entre las montañas.

Para cuando se emitió la alerta, Puracé no tenía la infraestructura ni la logística para evacuar, por lo que las autoridades están trabajando en la adecuación de alojamientos temporales, aseguró a la AP el alcalde Humberto Molano Hoyos.

Además han instalado dos carpas en la zona de riesgo, sin equipamiento en su interior. El alcalde aseguró que se trata de puntos de encuentro para que, en caso de emergencia, luego la comunidad se desplace a los alojamientos.

Sin embargo, los alojamientos temporales no son aún una opción que la población considere viable para evacuar preventivamente de inmediato. Manquillo aseguró que necesitan tanques para almacenar agua, alimentos y que se les dé una solución para proteger a su ganado y animales domésticos, vitales para una comunidad agrícola y ganadera.

“Así como dicen algunos compañeros: ‘Si nos toca morirnos por aquí, nos morimos, pero a otra parte no nos vamos a morir de hambre’”, afirmó Pizo.