.Ciertamente, como dijo alguien cuyo nombre no atino a recordar en este preciso momento; si el paraíso realmente existiera, no cabe la menor duda de que tal estado edénico no podría concebirse más que en ese interín que conocemos desde siempre como la infancia. En 1972, yo debía tener algo así como 10 u 11 años y, de las brumosas pinceladas de mis recuerdos alcanzo a recuperar no pocos fragmentos de mi fluvial existencia infantojuvenil transcurrida en los enmarañados e intrincados laberintos del delirante y mágico mundo deltano-orinoquense. Por aquellos años de fervorosos descubrimientos de las más hondas e imperecederas improntas mnémicas; pues, natura no era algo que estaba fuera de mí como una extraña exterioridad qué pudiera venirme desde un algo extraño que me determinara o condiciona
De adolescencias fluviales

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