Nos ha ocurrido que cada vez que mencionamos –intencionadamente— el vocablo Deltanidad se devela un hermoso “tejido de piel social “, que impronta de forma espontánea nuestras valoraciones, motivaciones, costumbres, conocimientos, emociones, sensibilidades, mitos, ritos, triunfos y desaciertos.
Digamos, en resumen, la Deltanidad concita las respectivas vivencias, sin eludir que también atravesamos carencias. En el Delta todos cabemos y sentimos en una bella relación de identidad.
Nos constituimos en una inmensa familia asentada en más de cuarenta mil kilómetros cuadrados.
A partir de la Deltanidad nos hemos permitido enhebrar nuestra especificidad cultural.
Hay una efervescente imantación colectiva, inexplicable. Una natural magia telúrica que dimana con el propósito de entrelazarnos c