Desde las salas de juntas hasta las canchas de baloncesto, algunos directivos recurren a reñir e intimidar a sus subordinados. Los investigadores en psicología han aprendido una cosa: esa estrategia no funciona
Ha pasado más de una década, pero Mary Mawritz aún puede oír el tintineo de aquellas borlas con puntas metálicas contra sus mocasines de cuero —era el sonido característico de su jefe recorriendo los pasillos de la empresa inmobiliaria donde trabajaba—. “Cuando oía ese tintineo, se me revolvía el estómago porque sabía que se acercaba”, dice. Su jefe tenía otro sonido característico: gritar, y mucho. La reprendía delante de toda la oficina y la amenazaba con despedirla inmediatamente si no seguía su interminable aluvión de plazos y exigencias.
Por la noche, Mawritz volvía a casa