Los ojos de Mireya Sandia permanecían abiertos en la penumbra de su habitación, como si el sueño fuera un lujo que ya no podía permitirse. Su cabello blanco había desaparecido casi por completo, víctima del cáncer que ahora se había extendido hasta su cerebro, en mayo pasado.

ProPublica

«Quiero ver a mi hijo otra vez», logró susurrar antes de que las lágrimas brotaran sin control.

El tiempo corría en su contra y Wilmer Vega Sandia, su único hijo, estaba encerrado en las celdas del CECOT, esa prisión de máxima seguridad en El Salvador, que se había convertido en la pesadilla de decenas de familias venezolanas.

El Éxodo del Dolor

La historia de Mireya es apenas una entre miles. Durante cuatro meses, como parte de una investigación en colaboración con medios internacionales, una foto rep

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