Ningún padre de familia desea que la muerte arrebate, de un momento a otro, los sueños de sus hijos que estudian en escuelas y colegios del país. Sin embargo, vemos con preocupación cómo, en distintos lugares del mundo, la violencia se infiltra en los espacios educativos.
Casos como los ocurridos en Estados Unidos, donde jóvenes y maestros han sido víctimas de ataques inesperados, sorprenden e indignan, y dejan en evidencia la fragilidad de la salud mental en medio de una sociedad de consumo insaciable, mezquina y siempre insatisfecha.
Desde que se admitió en Colombia el principio del libre desarrollo de la personalidad, las instituciones educativas enfrentan un nuevo desafío: a los maestros se les restringió incluso llamar la atención a niños y adolescentes por temor a “frustrarlos”.
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