EL AÑO 64 a.C. cambió el signo de los tiempos para los cristianos. El emperador Nerón, encaprichado con ver arder las colinas romanas, decidió convertirse en un pirómano de manual y ordenó su incendio. Nerón ha pasado a la historia común como psicópata que disfrutaba viendo llamas por la ciudad que regentaba y en la que vivía. Que locura. Han pasado casi dos mil años desde entonces y los incendios, a pesar de que se repiten constantemente, especialmente en época estival, son los protagonistas de los noticieros españoles. Y no es para menos. Este verano, desgraciadamente, su virulencia ha conseguido arrasar un número de hectáreas espectacular, además de eliminar pueblos, vidas humanas de trabajadores de extinción forestal y numerosos empleos y extensiones agrícolas y ganaderas. Los análisis

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