En el laberinto de lonas y polvo de la Ciudad de Gaza, donde las sirenas anuncian cada día una nueva amenaza, hombres y mujeres desplazados han dejado de creer en el milagro de la supervivencia: “La muerte es mejor que esto”, resume uno de ellos, atravesando con sus palabras la indiferencia del mundo.
El cierre de la semana pasada en Gaza trajo una nueva noticia envuelta en el eco de la destrucción: Israel declaró la ciudad “zona de combate peligrosa” y levantó la breve pausa táctica que, durante unos días, permitió a organizaciones humanitarias entregar víveres y agua. Lo que siguió fue una costumbre amarga para quienes ya viven en carne propia la aritmética del miedo: los bombardeos reanudados, los cuerpos sacudidos de sueño y una fila de tiendas azotadas por el viento calient