Hace falta estar alertas. Las escenas se vienen repitiendo con demasiada asiduidad.

La política del patoterismo está al acecho en todos los ámbitos. Y sus objetivos son claros: imponer ideas, decisiones o relatos por la vía del apriete, de la amenaza o de la humillación del otro.

Prefiero parecer banal –obvio, incluso–, pero tenemos que repetir hasta el cansancio (o, mejor aún, hasta que lo interioricemos) que cada vez que se naturaliza lo violento, se daña –y mucho– el tejido social.

Los ciudadanos maduros saben que el entramado que nos sostiene como sociedad no está hecho de uniformidades, sino de diferencias que se reconocen, se respetan y hasta se celebran. La riqueza de la vida compartida no proviene de pensar todos lo mismo, sino de poder disentir sin miedo.

El patoterismo, en ca

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