
Miguel de Cervantes fue un desconocido para sus contemporáneos, como la mayoría de los escritores de lo que conocemos como Siglo de Oro –en realidad, los siglos XVI y XVII, en los que la Monarquía Hispánica marcó el ritmo de su tiempo en la política, la economía, la ciencia y el arte–.
Cervantes no contó con un discípulo que al año siguiente de su muerte glosara de manera entusiasta su vida y su obra (como Lope de Vega y Pérez de Montalbán). Ni tampoco con un académico italiano que decidiera recordar los hechos gracias a un sobrino (como Quevedo y Pablo Antonio de Tarsia). Hubo que esperar más de un siglo después de su muerte para tener una primera biografía, la de Gregorio Mayans y Siscar al inicio de la edición inglesa del Quijote, publicada en Londres en 1738.
Y esos más de cien años que pasaron entre el fallecimiento del escritor y el relato de Mayans y Siscar, escrito sin conocer ningunos de los cientos de documentos de la época que han llegado hasta nosotros, explican muchos de los tópicos que aún hoy perduran en nuestro imaginario sobre la vida de Cervantes.
Si a esto le sumamos la visión romántica de los siglos XVIII y XIX, que ha impuesto la imagen de un Cervantes heroico y ejemplar, autor de la más grande obra literaria en lengua española, encabezada y casi limitada al Quijote, tenemos los ingredientes necesarios para aderezar el banquete de las ficciones alrededor de uno de los autores (y humanos) más complejos e interesantes del Siglo de Oro.
Y sin duda, los cinco años en que estuvo cautivo en Argel son uno de los episodios que han dado lugar a más mitos. ¿Por qué razón? Antes de adentrarnos en ellos –aprovechando el estreno de El cautivo, el último filme de Alejandro Amenábar–, es necesario conocer un poco más el Argel del siglo XVI, muy alejado de la imagen de la cárcel de alta seguridad que muchos se imaginan.
Un error habitual: confundir los corsarios con los piratas
Miguel de Cervantes estuvo cautivo (es decir, raptado hasta se pagara su rescate) en Argel un lustro. Con 28 años se embarcó en Nápoles, en septiembre de 1575, y días después de hacerlo su nave fue capturada por corsarios argelinos delante de las costas catalanas. Como tantos otros miles y miles de cautivos por estos años, a partir de entonces su vida dependió del dinero y de su capacidad de conseguirlo.
Cuando hablamos de corsarios argelinos tenemos que olvidarnos de la imagen romántica del pirata, con su parche en un ojo, el loro en el hombro o una pata de palo, que ha terminado por triunfar gracias a las películas de Hollywood. Frente al pirata, cuya única ley es su deseo, el corso es un sistema económico cuidado hasta en sus más pequeños detalles. Los corsarios más famosos (y los que ahora nos interesan) son los argelinos.
El corso fue habitual en todo el Mediterráneo de la época –incluso en las costas cristianas–. Se basaba en el secuestro de personas por las que se pedía un rescate. En este sistema todo estaba reglamentado, desde los porcentajes de las ganancias (una parte para el rey de Argel, otra para el capitán, otras para los marineros, etc.) hasta el precio del rescate de los raptados, que pasaban a ser cautivos.

Y ese rescate marcaba su futuro: el de los más pobres (cautivos de almacén, que se ocupaban de las tareas necesarias para mantener Argel, desde ser galeotes a jardineros, albañiles o criados) y el de los “hombres graves”, por los que se pedían entre 300 y 500 escudos de oro, una pequeña fortuna para la época. Los primeros eran tratados como esclavos por sus amos; los segundos, como “objetos de lujo”, a los que había que preservar con vida, pues el rescate era la ganancia.
Miguel de Cervantes y su hermano Rodrigo, ambos soldados de los tercios italianos, consiguieron ser considerados “hombres graves”. Su precio fue de 500 y 300 ducados respectivamente.
Argel en el siglo XVI: una visión falsa en el tiempo
Para muchos, Argel, la ciudad en la que estuvo Cervantes con otros miles de cautivos, es lo más parecido a una cárcel de alta seguridad en el Mediterráneo.
Nada más lejos de la realidad. En el siglo XVI, Argel era una de las ciudades más cosmopolitas de todo el Mediterráneo. Su gobierno dependía de Estambul, siendo uno de los más codiciados por las cuantiosas ganancias que podían conseguir sus gobernadores.
Era asimismo una de las urbes más pobladas y, sobre todo, una de las más ricas, necesitada de productos de lujo y primera supervivencia. A su puerto no solo llegaban los barcos de los corsarios argelinos, sino también los de cientos de mercaderes de toda Europa y Estambul para ofrecer sus productos y poder hacer negocio. El dinero de los rescates terminaba siendo una fuente esencial para mantener la economía de la Europa cristiana.

¿De dónde procede esa imagen negativa, carcelaria, de sadismo de sus reyes y de atropello a los cristianos, que se ha convertido en un mito de mármol a lo largo de los siglos?
La fuente fundamental para conocer el trato recibido por los cristianos cautivos en Argel es la que conocemos como “literatura de cautivos”. En ella sobresale la obra de Antonio de Sosa, compañero del cautiverio de Miguel de Cervantes, Topografía e historia general de Argel, publicada en 1612.
La finalidad de estas historias era conmover al lector europeo para que ayudase con limosnas para la redención de los cautivos. Por ello ofrecen un relato desgarrador de sus vidas en tierras argelinas, teniendo que luchar contra dos grandes peligros: el reniego y la sodomía. Es decir, con la posibilidad de participar de la vida social otomana, en la que un esclavo podía llegar a convertirse en rey (así le sucedió a Hazán Bajá el veneciano, rey de Argel desde 1577 a 1580), y en la que las costumbres y posibilidades sexuales, en especial el amor entre hombres, podían disfrutarse a la luz del día.

Es en este contexto de movilidad social, de libertad sexual, de oportunidades económicas –siempre que uno renegara de la religión católica–, en una de las ciudades más cosmopolitas del Mediterráneo, donde hemos de situar los cinco años como cautivo de Miguel de Cervantes.
Cinco años en los que convivió con otra cultura, otra religión, otras costumbres… Y en los que demostró, una vez más, su capacidad para inventarse, para sobrevivir, para convertir sus experiencias biográficas en una particular visión del mundo, que luego supo plasmar en sus obras literarias, más allá y más acá del Quijote.
El Argel del cautiverio de Cervantes es un universo por desentrañar y por descubrir. Y lo es más allá de los brochazos míticos que se han impuesto en los últimos siglos, alentados por un mojigato siglo XIX y por una dictadura franquista de corte nacional-católica.
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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José Manuel Lucía Megías no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.