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Un patriarca anciano y dispuesto a retirarse reúne a sus hijos para anunciarles la distribución de su legado, fruto de años de trabajo y sacrificio. Después de una vida de esfuerzos planea transferir sus negocios a sus descendientes, convencido de que no solo mantendrán su legado, sino que también lo llevarán a nuevas alturas.

En su mente, esta decisión es una extensión natural de sus propios valores: respeto por la tradición, equidad y un sentido de deber hacia su familia. Sin embargo, comete una suposición crucial: cree que sus hijos comparten su visión y que aceptarán gustosamente lo que él ha dispuesto para ellos.

Para su sorpresa y consternación, una de sus hijas rechaza la herencia y, en lugar de aceptar la transferencia de los negocios, decide quedarse a cuidar de su padre enfermo. Atónito por su rechazo, el patriarca reacciona con furia y, en un ataque de despecho, le arrebata todo y la expulsa de la finca familiar.

Sucesiones: una tragedia shakesperiana

Así comienza “El rey Lear”, una de las tragedias más grandes de William Shakespeare. Sin embargo, este escenario dramático no se limita al teatro. De hecho, dinámicas similares ocurren con más frecuencia de lo que uno podría imaginar durante la planificación de la sucesión en muchas empresas familiares.

Cuando leí por primera vez me pareció desconcertante la reacción del rey Lear ante el rechazo de su hija Cordelia a recibir su parte del legado. ¿Cómo un padre podía malinterpretar tan completamente las intenciones de su hija? La generosidad desinteresada de Cordelia es confundida con ingratitud, un error que pone en marcha una cadena de eventos trágicos que llevan a la desesperación y caída de Lear.

Sus otras dos hijas, que simulaban mostrarle amor y respeto, lo abandonan cuando las necesita, dejándolo en la miseria y la soledad. Curiosamente, este tipo de malentendido no es infrecuente en el mundo de los negocios familiares. Un fundador puede ver el rechazo de un hijo de incorporarse al negocio familiar como una ofensa, un signo de deslealtad o de ingratitud.

Comprensión y respeto

Recuerdo a un joven que, tras concluir su posgrado en administración de empresas, decidió seguir una carrera en consultoría en lugar de unirse a la empresa familiar. Su padre no solo se opuso ferozmente a su elección sino que también trató de sabotearla disuadiendo a sus posibles empleadores.

En ese momento, no pude evitar pensar en cuánto reflejaba ese comportamiento el trágico error de Lear. El padre creía que actuaba en el mejor interés de su hijo, tal como Lear pensaba que dividir su reino era una sabia decisión. En ambos casos, la falta de conocimiento y comprensión de los deseos y aspiraciones de la siguiente generación condujo a un conflicto amargo y provocó daños a largo plazo.

La cuestión central en estas historias es que la sucesión no es solo una transacción de propiedad o de poder. Es más bien una transición profunda que requiere una comprensión y respeto profundos de las necesidades y aspiraciones de los miembros de la familia involucrados.

Las nociones de propiedad y gestión se confunden con demasiada frecuencia en los negocios familiares. Si bien traspasar el patrimonio familiar puede parecer una acción lógica, la verdadera pregunta es si la siguiente generación está lista –o incluso dispuesta– para asumir las responsabilidades que esto conlleva.

Idealmente, los herederos deben tener la autonomía suficiente para decidir si quieren combinar la propiedad con un rol activo en la gestión, o si prefieren dejar que dirijan el negocio otras personas, más competentes o interesadas. De manera similar, puede ser invaluable para la segunda y tercera generación de la familia ganar experiencia fuera del negocio familiar antes de tomar las riendas del mismo.

El bufón, consejero del rey

En “El rey Lear”, una de las figuras más llamativas es la del bufón, que se atreve a decir las verdades que nadie más osa decir. No se anda con rodeos y no le importa ofender al rey. Él es el único que ve las acciones equivocadas de Lear y señala la necedad de sus decisiones. Y aunque Lear escucha al bufón, está demasiado cegado por su propio orgullo y rabia como para hacerle caso.

De muchas maneras, el bufón funciona como el tipo de consejero que los grandes líderes –ya sean reyes o directores generales– deberían tener a su lado y que harían bien en escuchar. En la época de Lear, solo un bufón podía hablar a un rey con franqueza y sin miedo a represalias.

Afortunadamente, las organizaciones se han vuelto más abiertas y democráticas. Ya no es necesario que los consejeros finjan ser tontos para expresar lo que piensan. Aunque se podría argumentar que sigue siendo igual de raro tener el coraje necesario para decir a los poderosos las verdades incómodas.

Diálogo abierto y escucha activa

En la sucesión de las empresas familiares –como en la historia del rey Lear– es crucial evitar el error de suponer que la siguiente generación comparte automáticamente los mismos objetivos, valores y visión propios.

Así como la mala interpretación de Lear de las intenciones de Cordelia llevó a un desenlace catastrófico, no entablar un diálogo abierto y honesto con los herederos también puede conducir a relaciones rotas y al eventual colapso de un negocio familiar.

La lección aquí es simple pero poderosa: la planificación de la sucesión requiere más que simples documentos legales o transacciones financieras: se necesita inteligencia emocional, empatía y humildad para comprender los deseos y las aspiraciones de la siguiente generación.

Se sea un rey o un fundador de negocios, es vital recordar que el futuro del legado no va a depender solo de los deseos propios sino también de la disposición de los sucesores a llevarlo adelante, a su manera.

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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Santiago Iñiguez de Onzoño no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.