Amy Frank dijo que pasó 17 horas al teléfono durante casi tres semanas, rebotando entre su aseguradora y el sistema hospitalario local, para asegurarse de que el plan de salud cubriera la atención que su esposo necesitaba después de una cirugía.
Muchas de sus llamadas no pasaron de la música en espera. Cuando lograba comunicarse, el hospital le decía que llamara a su aseguradora. La aseguradora, a su vez, le pedía que el hospital enviara por fax un formulario a un número específico. El hospital respondía que se le había indicado enviarlo a otro número distinto.
“Era un gran vacío legal en el que quedamos atrapados, dando vueltas sin parar”, dijo Frank.
Ella y su esposo, Allen, enfrentaron esa maraña de frustración porque estaban entre los 90.000 pacientes del centro de Missouri atrapado