Nunca se sintió cómodo siendo un simple «curita de pueblo», y en esas primeras experiencias como Salesiano enviado al sur Patagónico, el lugar precioso que había soñado San Juan Bosco (fundador de la congregación Salesiana), debe haber reafirmado esa idea de que «la parroquia» no era lo suyo.

Cuando llegó a Caleta Olivia, Juan Carlos Molina se debió integrar a una comunidad de «curas viejos» que residían en el Colegio San José Obrero y en donde el querido Juan Luzovek intentaba sostener los servicios religiosos en las capillas de los barrios, pese a la avanzada edad de muchos de los integrantes. Ese fue el contexto de los primeros pasos de Molina en Santa Cruz, pasos que claramente no la agradaron. Él estaba para más que para ser un sacerdote católico que debía dar misa diaria para «cuatr

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