En muchos países de América Latina, las remesas son un motor económico indiscutible: sostienen familias, dinamizan el consumo y representan un alivio frente a la falta de oportunidades locales. Sin embargo, esconden un costo menos visible: el impacto que tienen en la mentalidad y en la motivación para trabajar o autorrealizarse.

Cuando una familia recibe dinero constante del exterior, el cerebro se acostumbra a un ingreso seguro sin esfuerzo, lo que genera un sesgo de sustitución de esfuerzo: la idea de que ya no es necesario trabajar tan duro porque alguien más lo hace por mí. Poco a poco se instala una mentalidad de dependencia pasiva que atrofia la motivación intrínseca, esa energía que nos impulsa a crecer, a ayudar a otros, a pertenecer a algo más grande que nosotros mismos y a senti

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