Es apenas elemental decir, ante el virus de las tergiversaciones habituales, que el sistema político colombiano es antitotalitario. O sea, es por igual antifascista como anticomunista, mejor dicho, una democracia en toda la línea.
Por eso el poder público en Colombia es uno, pero no único, como en los totalitarismos de cualquier cuño. En efecto, está diseminado en diversas ramas y órganos, además, soportado en pesos y contrapesos institucionales con miras al equilibrio y autocontrol. De allí que se haya consagrado la división del poder en tres ramas autónomas: Ejecutiva, Legislativa y Judicial. No significa que no colaboren entre sí, pero su fundamento estriba en que actúan independientemente.
Y es también en esa vía de salvaguardar la democracia, contra esperpentos autoritarios, que la