El que vio a sus abuelos, a sus padres fundar y forjar una empresa —o fundó la suya— sabe que detrás hay un sueño: sostener a su familia, dejar un legado, generar empleo, aportar al país: trascender. Y cuando se crea ese negocio, uno pone toda su alma en él. Con los años, y con perseverancia, el negocio crece. Quizá los hijos no quieren o no pueden estar y ya no alcanza para estar en todo. Entonces, se delega. Se entrega la gestión a alguien más.
Ese alguien —ese gerente— asume una responsabilidad seria. No se trata solo de administrar transacciones. Se trata de ser coherente con el encargo. De alinear el discurso con los hechos. De respetar y fortalecer la cultura interna antes de imponer su propio propósito. De recordar que esa empresa no es solo un activo: es el esfuerzo de toda una vi