Durante los próximos meses escucharemos y leeremos elogios cada vez más exaltados de la ignorancia; primero, como ya está ocurriendo, de famosuelos con audiencias específicas, después de figuras bien consolidadas y por último de políticos.
Con los vacíos de una educación en la que hemos cargado a los docentes de protocolos y los hemos desprovisto de medios, con los errores de mi generación que ha educado a sus hijos con una sobreprotección tóxica, y con unos contenidos de entretenimiento que han dinamitado nuestra capacidad de atención y, de paso, la corteza prefrontal de los jóvenes, el terreno para ese mensaje está sólidamente abonado: para qué estudiar, para qué la lectura, el aprendizaje, la historia o el pensamiento.
Ellos (nosotros) ya sabemos todo eso, y lo que no sabemos no lo ne