Colectivo de la línea 42 camino a Colegiales. Lunes a las 9 de la mañana. Repleto. Los cuerpos (y las mochilas pegadas a esos cuerpos) apenas dejan respirar. Los bamboleos de la máquina hacen que el viaje sea movido e incómodo. Pero el Señor Mayor va sentado en el anteúltimo asiento individual, agradecido del milagro de haber conseguido una butaca. Abre un libro y se dispone a disfrutar del trayecto. Pero un muchachón se le para al lado munido de un termo y un mate y empieza a cebar, sin aferrarse a ningún parante y confiado en su capacidad de equilibrio. El muchachón toma uno, le sirve otro a un amigo y da comienzo a una ronda interminable.
El Señor Mayor se pone tenso. Los ojos se le van de las páginas del libro hacia la insólita mateada que fluye a un centímetro de su asiento. Imagin