Miguel de Cervantes fue un desconocido para sus contemporáneos, como la mayoría de los escritores de lo que conocemos como Siglo de Oro –en realidad, los siglos XVI y XVII, en los que la Monarquía Hispánica marcó el ritmo de su tiempo en la política, la economía, la ciencia y el arte–.
Cervantes no contó con un discípulo que al año siguiente de su muerte glosara de manera entusiasta su vida y su obra (como Lope de Vega y Pérez de Montalbán). Ni tampoco con un académico italiano que decidiera recordar los hechos gracias a un sobrino (como Quevedo y Pablo Antonio de Tarsia). Hubo que esperar más de un siglo después de su muerte para tener una primera biografía, la de Gregorio Mayans y Siscar al inicio de la edición inglesa del Quijote, publicada en Londres en 1738.
Y esos más de cien años