Fotograma de la película 'Una razón brillante'. FilmAffinity

Agosto se termina y otra vez resuena en el aire esa emotiva canción del Dúo Dinámico que marcó “el final del verano” a más de una generación. Y es que, si bien las vacaciones han cambiado y podemos disfrutarlas en diferentes momentos del año, existe un hito anual que marca los tiempos: la vuelta al cole.

Este fenómeno social moviliza a millones de personas cada mes de septiembre. En España, en el curso 2024-2025 el Ministerio de Educación contaba con más de 8 000 000 alumnos matriculados en enseñanzas no universitarias, y se estimaba que habría más de 1 400 000 estudiantes universitarios de grado. Y no podemos olvidar a sus familias, a los docentes y a otros profesionales que trabajan en el sector. Así, el calendario académico pauta el ritmo de nuestra sociedad.

Y ¿qué mejor manera de preparar este nuevo curso que disfrutando de una buena película? Porque sí, el ámbito educativo está representado en el cine desde sus orígenes.

Pensemos que en 1933 Jean Vigo estrenaba Cero en conducta, un mediometraje centrado en cuatro muchachos que se rebelan en un internado contra las férreas medidas disciplinarias. Se trata de una obra clave en la historia del cine francés que fue, por cierto, censurada hasta 1945 por sus valores libertarios y subversivos, considerados antipatrióticos en un contexto político conservador y nacionalista.

Un niño se levanta de un pupitre mientras sus compañeros le observan.
Imagen de Los cuatrocientos golpes. FilmAffinity

Desde entonces, muchos son los títulos estrenados en la gran pantalla que reflejan el entorno educativo desde una multiplicidad de perspectivas y de géneros.

En la cinematografía francesa el tema educativo siempre ha estado bastante presente. Así, los galos nos han legado desde clásicos como Los cuatrocientos golpes (1959) o La piel dura (1976) de François Truffaut, a títulos más recientes como Los chicos del coro (2004). Volver a ver ese drama musical centrado en la vida de un internado permite reflexionar sobre la importancia de la empatía y la música como herramientas educativas y de cohesión social.

El colegio como lugar de superación

La música como vehículo de autoexpresión y crecimiento individual también supone el epicentro de la acción en La familia Bélier (2014). El filme pone el foco en las vicisitudes del día a día de las personas con discapacidad y sus allegados a partir de Paula, una adolescente oyente en una familia con sordera.

Enmarcada en la estela de Intocable (2011), esta comedia dramática celebra la diversidad, el colegio como espacio clave para el crecimiento personal y enarbola la figura del profesor como elemento catalizador para el desarrollo de quienes se forman en las aulas. Descubrir que tiene un don para cantar pone a la protagonista en una tesitura psicológica de calado: decidir entre irse a vivir a París para seguir formándose o quedarse para ejercer de intérprete en lenguaje de signos para su familia. El colegio se convierte así en el motor narrativo de una historia de superación que promueve el diálogo, la aceptación y la comprensión mutua.

El compromiso social en la cinematografía francesa también implica evocar Hoy empieza todo (1999) y Ser y tener (2002). Centradas en las escuelas rurales, en la primera su director, Betrand Tavernier, vehicula la lectura social desde la doble perspectiva docente (hacia los alumnos y sus familias, pero también hacia las instituciones). En la segunda, contada en formato documental, Nicolas Philibert se centra en las escuelas unitarias en las que una misma clase comparte varios grados.

De la periferia al centro

Las zonas periféricas a las grandes urbes también están representadas en las proyecciones francesas. Los profesores de Saint-Denis (2019), Madame Hyde (2017) o El buen maestro (2017) son tres de los ejemplos más representativos de los últimos años.

Los suburbios parisinos se muestran aquí desde su marginalidad y también desde su multiculturalidad. El sistema educativo en estas películas se convierte en el motor de cambio para una población vulnerable. Así, con distintos matices, se escenifican cuestiones de calado en materia de integración y promoción sociocultural y se abre una reflexión en torno al poder transformador del sistema educativo en el contexto francés.

Este debate existe igualmente en el París intramuros, tal y como lo retrata François Bégaudeau en La clase (2008). El acceso a la educación superior también es objeto de reflexión, como podemos ver en Una razón brillante (2017). En esta comedia dramática se escenifican los prejuicios, los estereotipos socio-raciales y el choque de clases bajo la mirada de una joven procedente del extrarradio parisino que se inscribe en una prestigiosa universidad para cursar Derecho.

Estamos ante películas que plantean, además, las consecuencias humanas de la precariedad familiar, que cuestionan la promoción social y exponen la resiliencia de aquellos que rompen con las barreras del determinismo social.

La cultura y la educación francesas

Existen otros títulos como Club de padres (2020) o Una casa de locos (2002), más ligeros, que abordan la paternidad y los vínculos afectivos en la comunidad escolar o la identidad europea desde el prisma de la juventud en intercambios universitarios.

Por ello, podemos decir que la filmografía francesa considera al mundo educativo un escenario privilegiado para explorar las tensiones socioculturales y promover espacios inclusivos, tolerantes y solidarios. Y esto no es baladí, porque la educación pública es uno de los pilares de un sistema que confía en la formación como medio de transmisión de los valores de la República Francesa y de transformación social.

Así, muchos son los cineastas que se adscriben a la tradición de ese cine comprometido y reflexivo que ha cultivado una mirada crítica hacia la vida diaria con el objetivo de visibilizar y sensibilizar sobre la capacidad del cine como agente de cambio sociocultural.

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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Ana Belén Soto no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.