Lectora casi exclusivamente de poesía, Marita Guimpel logró reunir en su última producción como videasta, las sugestivas imágenes que captaban sus bellos ojos verdes -“lo mío es la imagen” repetía una y otra vez-, los poemas con los que se sentía más identificada, y algunas de las páginas más inspiradas y representativas de lo que se conoce como música culta.
Llegó a ese feliz término, pero no sin esfuerzo. Caprichosa, indisciplinada y renuente a someterse a los designios de la pura técnica, desde un taller tan desordenado y caótico como el de Francis Bacon pudo crear arte merced a su formidable imaginación, su creatividad más que contemporánea y el entrenamiento de un ojo capaz de convertir un puñado de hojas secas en la superficie de Marte, o una luz que titila en el estallido de una su