Es probable que coincidamos en algo: para un habitante de Medellín que vivió los estragos del narcotráfico, no hay tema más tedioso que volver a hablar de Pablo Escobar. Sin embargo, la historia de hoy merece contarse, porque puede encerrar una clave para desterrar, de una vez por todas, la imagen distorsionada de ese criminal que Hollywood y algunos vivos locales —en su afán de dinero— convirtieron en ídolo.
Pero para hablar de esta historia hay que comenzar por el sitio en el que se ubica. En pleno corazón del Centro de Medellín, en una oficina del icónico edificio Portacomidas, se alza encima del caos de los buses y los vendedores de jeans un estudio de arte donde no solo reptan insectos fantásticos, sino que además hay una reminiscencia de esas épocas: una caleta.
El hombre que ha