CUANDO era más joven no es que todo fuese distinto: tenía otra mirada. Mediaban los años 80 cuando escuché por vez primera acordes de Princesa , Calle Melancolía o Pongamos que hablo de Madrid . Y si los oí fue gracias a Jose Fuentes, mayor de una familia de varios hermanos con los que compartía veranos despreocupados a pocos kilómetros de la playa de La Barrosa. Joan Manuel Serrat –y Machado– ya anidaba en mi vida hacía tiempo por influencia materna, que es más natural. Sin quererlo, Sabina se mudó a mi interior sin vistas. Y ahí sigue de s quatters Joaquín, casi medio siglo después: su música, sí, pero sobre todo sus letras.
El lenguaje de Sabina me impactó desde chaval: comprendí que las palabras pueden decir más que la literalidad, romper tabúes y prejuicios, reivindicar caus