
Brillante y espectacular clausura del 64 Festival Internacional de Pollença con la Sinfónica de Tenerife . Su presencia en el claustro de Sant Domingo venía precedida por su concierto en el Palacio de Festivales el día anterior, 28 de agosto, en el marco del Festival Internacional de Santander . El dato es significativo porque venía a subrayar que Pollença juega en la Premier League de los festivales españoles de música clásica. En ambos casos, el programa era el mismo, con un significativo matiz: en Pollença se incluyó la Marcha fúnebre de la banda sonora de El gran ciudadano , a modo de conmemoración del cincuentenario de la muerte de Shostakovich.
Curiosa la presencia mayoritaria (cuatro de las siete fechas) de formaciones españolas y todas ellas incluyendo en sus programas algo de Shostakovich a modo de reconocimiento al estar iniciándose el año Shostakovich . Hasta el Festival de Pollença, casualidad o no, se iniciaba el 9 de agosto fecha del fallecimiento de Dmitri Shostakovich, en Moscú el 9 de agosto de 1975 .
Me consta que la presencia mayoritaria de formaciones españolas respondía a que las subvenciones, por parte del Estado, estarían condicionadas por las contrataciones de producto nacional. No tengo, tan claro, si la coincidencia de incluir obras de Shostakovich era simplemente casual.
La Orquesta Sinfónica de Tenerife se presentó en Pollença, con la plantilla al completo . Observando el programa del concierto, dos eran los objetivos: de una parte acompañarse de un solita, el pianista inglés Paul Lewis , que es una reconocida autoridad mundial en la ejecución de obras para piano tanto de Beethoven como de Schubert , y de ahí, que el bis que nos ofreció Lewis fuera el allegretto en do menor de los estudios para piano de Schubert. Y la otra, rendir tributo a Shostakovich en el 50 aniversario de su muerte.
La primera parte estuvo ocupada por el Concierto para piano y orquesta nº 5, Emperador, considerado la mejor contribución de Beethoven al género, además de situarse en el zénit del ideario beethoviano en relación al piano.
Había una conexión simbólica con la segunda parte, puesto que el concierto –su gestación (1809)- coincide con la ocupación de Viena por las tropas de Napoleón, mientras la Sinfonía nº 9 de Shostakovich celebraba el fin de la Segunda Guerra Mundial. La autoridad de Paul Lewis quedó visible desde el inicio; envolviendo su virtuosismo, de lirismo embriagador adornado con un impecable recorrido por el teclado, invitando a la seductora proximidad con las emociones que iban describiéndose. El público, viviendo instantes solemnes de la velada, enganchado al perfume de lo descrito por Lewis y su exhibición permanente de un conocimiento y un sentimiento profundos de todo cuanto quiso expresar Beethoven en este concierto.
La segunda parte fue otra guerra , centrada en cuanto bullía en el interior de Shostakovich, en especial su desencuentro con el deseo perseguido por el comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética, en concreto las autoridades Stalinistas que apostaban por una «sinfonía de la victoria» como apoteosis triunfal para cerrar la trilogía de las sinfonías de guerra (la Séptima Leningrado y la Octava Stalingrado ). Todo ello para glorificar la figura de Stalin, con lo que no estaba de acuerdo Shostakovich: «Querían de mí una fanfarria, una oda, una Novena majestuosa. Se suponía que yo debía escribir una apoteosis de Stalin. Sencillamente no pude». Optó por el desafío de renunciar a elogiar a la Unión Soviética por su victoria militar y decidiendo burlarse del estado marcial antisemita que encarnaba la URSS.
El recorrido de la Novena de Shostakovich es un catálogo burlesco cargado de ironías y de un cáustico sentido del humor , que por supuesto no gustó a las autoridades soviéticas. «Me costó muy caro», dejó por escrito Dmitri Shostakovich. La Sinfónica de Tenerife aportó una transcripción excelente que sacaba a flor de piel la que se considera disidencia encubierta del compositor ruso ante el imperio del realismo socialista, precedente de la corrección política que se vive actualmente en Occidente.
En la primera parte la Orquesta de Tenerife imprimió el sello de excelencia que la convierte en un referente nacional e internacional, dejándonos para la segunda , poner el foco en la disidencia no suficientemente explicada de Dmitri Shostakovich , puesto que se trata de un comunista confeso, aunque de nulo aprecio a la figura de Stalin, lo que le acarreó no pocos problemas. Una curiosidad. La Marcha fúnebre que abrió la segunda parte, está en la banda sonora de El gran ciudadano (1938), de Fridrikh Ermler, que narra la vida del líder bolchevique Serguéi Kírov asesinado en 1934, se sospecha que por orden directa de Stalin, a pesar de no haberse encontrado pruebas.
La despedida volvió a estar vinculada, indirectamente, con Shostakovich al elegir como bis un fragmento de la suite de El pájaro de fuego (1909) de Ígor Stravinski . Viene a cuento este supuesto, por la existencia del abismo ideológico y estético entre Shostakovich y Stravinski, este último de honda raíz occidental, mientras el primero admiraba profundamente a Stravinski al tiempo que despreciaba abiertamente su pensamiento ideológico.
Todo ello sucedió gracias al perfume de magisterio que imprimió Víctor Pablo Pérez desde la tarima, batuta en mano. Enhorabuena al conjunto y al maestro , y gracias por regalarnos una brillante clausura en Sant Domingo.