Juzgar a los demás es un deporte nacional. Sentar en la silla de los acusados a amigos, familiares, conocidos, vecinos y convertirse en fiscal de sus vidas, es un ejercicio que muchos ejercen diariamente. Hay un placer específico en criticar las conductas de los demás e instalarlas en un encuadre moral o ético propio y disfrutar de esta sensación de juez, como si existiera una superioridad adquirida que les entrega a los otros la capacidad de decidir lo que está bien y mal.

He mantenido una postura muy crítica con Valparaíso y muchas veces he escrito lo mal que me siento habitando esta ciudad. Mis letras se quedan pegadas en ese piñen eterno que está en sus veredas plomizas, en el rostro de ese perro abandonado destrozando la bolsa de basura o en ese indigente que bebe de su pequeña botel

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