Él solo, con su agresividad innata, sus insultos y calumnias, su verborrea incendiaria, consiguió que Carlos Camargo barriera a su candidata.
Balanta no perdió por mujer, por provinciana ni por negra, las recurrentes excusas lastimeras de la apolillada narrativa de la extrema izquierda. Perdió por Gustavo Petro, por hacer de su elección una vital causa presidencial y porque quedó patente la intención de arrasar con la institucionalidad y la separación de poderes.
La furiosa reacción a su estruendosa derrota fue uno de tantos reflejos de una presidencia ausente de cabeza fría, sentido común, serenidad, ecuanimidad y visión de futuro.
“Mentirosos, sucios”, tecleó con desbordada ira. Y, enseguida, para descargar su frustración, mandó sacar sin contemplaciones a los tres ministros que debía