No sé con exactitud cuándo empezó; lo que sí sé es que la Argentina vive inmersa en una fractura política, social y cultural que no ha hecho más que profundizarse con el correr de los años. Tiendo a pensar que la crisis del 2001 fue una de las causas principales: no solo dejó millones de argentinos en la pobreza y un Estado en bancarrota, sino que también instaló un quiebre de confianza hacia la dirigencia y las instituciones.
Con el tiempo, esa fractura se convirtió en un campo de batalla permanente, donde las posiciones extremas no solo dominan la política, sino que también se filtran en los medios, en las redes y en la vida diaria. Ese clima bélico y agresivo se derrama y contagia en todas las capas de la sociedad, alimentando enfrentamientos en los lugares de trabajo, en las aulas, en